Hace 14 años te conocí,
desde el primer día entendí que no había nada ni nadie más pequeño e indefenso
que tú, y que en ti compaginaba lo que nunca podría tener por tanto tiempo.
Estabas cuando te necesitaba, cuando me quedaba solo, cuando aquel huracán atacó
y nos refugiamos ambos, porque nos alcanzó en medio de una de nuestras
inagotables tardes de juego después de la primaria.
Estabas siempre tan
pequeño, y puedo jurar que sonreías cuando nos veías llegar a casa, y todos estábamos
tan contentos contigo, y te veías tan feliz, te veías pleno, contento y amado.
No fuiste como los de las
películas, y si yo hubiera muerto no te hubieras quedado esperándome a una
estación de tren hasta que te alcanzara quien me alcanzó a mí y nos hubiéramos vuelto
a unir. No, no fuiste de epopeya, pero ¿Cómo se podría medir tus saltos, tus
vueltas, tus gritos de emoción cada que nos veías llegar? Era lo único que
pensaba cuando metía la llave en la cerradura del candado, y sabía que saldrías
porque estuviste esperando ese momento todo el día, como yo te esperaba a ti.
Comencé a conocer a otros
como tú, y nunca quise que sufrieran lo que tú tuviste la dicha de jamás
sufrir, les daba, y les seguiré, dando asilo en nuestra casa, porque te hacías
amigo de todos, y con todos disfrutabas corriendo y divirtiéndote. Comprendí
que la felicidad no se mide en cuánto tienes, sino en cuánto puedes ofrecer sin
mirar cómo sean a quienes quieres ayudar.
Pese a tantos conocidos,
jamás sentí a nadie como te sentí a ti, porque llevabas 14 años conmigo, una
tercera parte de mi vida juntos, y eso nadie lo podrá cambiar, porque todos
esos momentos, todos esos paseos se quedaran entre tú, yo y el cielo como
testigo.
Qué difícil resulta
hablar de tus últimos tiempos, donde tu peso disminuyó, tus ojos cafés dejaron
de serlo para convertirte en prácticamente ciego, con unos ojos quizá muy
negros, tu pelo se caía, y tus huesos te dolían tanto, pero seguías corriendo
de felicidad al vernos, o cuando bajabas para ver a los demás, en ti siempre
pareció no importarte el tiempo, porque estabas viéndonos crecer a nosotros,
las graduaciones de mis hermanos, sus primeros trabajos, mi primer día de
primaria, de secundaria y de preparatoria, y te quedaste sólo a unos días de
verme graduado. Tus últimos fueron complicados, ¿no? Casi no podías comer, y
tal vez a veces tomabas un poco de agua, pero era innegable que seguías feliz
cuando te veíamos y, en tus posibilidades, nos distinguías con el mismo amor de
siempre, la misma pertenencia de más de una década.
Nunca olvidaré el 23 de
mayo, las 5:00 de la tarde, sea el día que sea, jamás serán iguales. Estoy
seguro que donde sea que estés hay nieve de fresa, melón, carteras y peluches
con los que tanto te gustaba jugar, estoy seguro que habrá una gran ventana,
como donde te gustaba sentarte a mirar, y desde ahí nos mirarás a todos, y
entenderás que te faltó mucho tiempo acá, y que jamás te vamos a olvidar ni a reemplazar,
mi buen amigo.
Jamás terminaré de
despedirme de ti, jamás entenderé cómo fue te volviste tan valioso, tanto que
varias personas ya preguntaron por ti, personas que quizá nunca te conocieron,
pero por mis relatos siempre supieron que fuiste maravilloso.
No fuiste y nunca serás
uno más; fuiste el mejor.
Hasta la próxima, mi
amigo.
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