Detesto el alcohol, detesto el cigarro. Y no solo el humo,
sino porque mi abuelo murió de cáncer de pulmón. Odio las fiestas, odio las
tocadas donde hay bandas que se disuelven después de la universidad. Odio las
drogas, y no solo por inútiles, sino por ser muy inútiles.
Odio las distancias, es como si las cosas fuesen hechas a
propósito para pelárnosla en conseguir lo que deseamos. Conseguir lo que
necesitamos.
No soporto las sonrisas que existen cuando dicen “hagamos una fiesta”, odio que la gente haga cosas porque puede. No aguanto la aglomeración de gente, me es imposible no detestar a un montón de personas en grupo, en un lugar neutral, oyendo ruido, porque eso sale de las bocinas cuando hay una fiesta, creyendo que es lo mejor de su vida. Odio los bailes modernos, no tienen ni pies ni cabeza.
No soporto las sonrisas que existen cuando dicen “hagamos una fiesta”, odio que la gente haga cosas porque puede. No aguanto la aglomeración de gente, me es imposible no detestar a un montón de personas en grupo, en un lugar neutral, oyendo ruido, porque eso sale de las bocinas cuando hay una fiesta, creyendo que es lo mejor de su vida. Odio los bailes modernos, no tienen ni pies ni cabeza.
No aguanto los karaokes, no soporto cuando una persona que
está cantando se agarra el pelo y se cree “peligrosa” No aguanto el sonido que
hace un amplificador cuando conectas la guitarra. Me es inútil intentar
soportar la gente en “shows” de bandas saltando, gritando y sintiéndose libres.
Detesto no poder salir de mi casa, ir a la suya a descargar
mis enojos con besos y escuchándola hablar de mil cosas, mientras yo noto la
forma de sus labios al decir cada palabra. Hacer que mencione cada palabra de
diccionario de cada lengua y dialecto, idiota habido y por haber, para que,
cuando esté viejo y me quede sordo, poder leerle en sus labios un “te amo” y
saber que siente lo mismo que siente hoy, tres de diciembre del dos mil trece.
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