Te diré lo que siento. Te diré que lo siento.

¿Cuál es el fin de escribir? Decir algo en letras para comunicar en papel a los ojos a quien desee leerlas.
¿Qué es leer? Enriquecer los conocimientos, crear ideas o matar ignorancia.
¿Qué es ignorancia? Arrogante, falta de coherencia en la línea del tiempo mental.
¿Qué es lo mental? Todo aquello que te ayuda, y es peligroso, puede hasta matar.


Fui agredido por el silencio, la escritura de hoy carece de cabalidad, no digo que haga las mejores líneas que sean recipiente de alagos y de buenos tratos.
En tu idiocincracia, pudiste haber hecho más, cuando eramos idolatrados por personas ajenas a todo conveniente momento, incoherente encuentro donde todos seríamos desconocidos más que perfectos.
Y si pensamos en más letras, pensamos en más palabras alineadas, alineadas y tu vista vaga, ciega y acabada.


Déjame ser explícito en mis escritos, déjame marcar tu desnudéz de mujer, déjame describir tus gemidos, déjame plasmar en letras lo vivido la noche en que completos nos conocimos.
Coincidimos en tanto, en tanto diferenciamos. Diferecias eternas donde no hay esperas de proezas, proezas interminables como los cables que conducen el internet para entrar a las redes sociales e intercambiar esas palabras, esos sueños y esos deseos, incautos en realidad, flotantes en limbo de falsa realidad, incauta naturalidad.


Admítelo, tus letras también se inspiran en mí, porque cuando supieste que te describes en una canción, cuando supiste que me importas más que cualquier partido de fútbol estelar, supiste que querías decirme lo que sientes, pero nunca lastimarme para no decir que lo sientes.
Fuimos exactos, igual que nuestras letras impregnadas en el mar de los alfabetos conocidos, muchas conjugaciones de letras para formar líneas coherentes, pero entre nuestras estelas de expresión, fuimos insolentes, creídos enamorados, perpetuados en una ilusión declarada como derroche de reproches míos y tuyos cada noche, quejándonos de lo que no hicimos y porque la luna cubrió con sus mantos las tierras y no estamos en la misma cama haciendo honor a la locura lujuria del descontrol del libertinaje que bien nos enseñaron en 120 días de Sodama.


Húndeme en tus brazos, pero jamás me ahogues en tu olvido. Inspira mis letras, pero jamás provoques todo el odio que tengo dentro mío.
Te soñé tanto que, cuando te ví, pensé que me reconocerías.


Ojalá tuviera a quien escribir dedicar versos y besos, ojalá hubiera alguien lo suficientemente tranquilo como para sentarse y pasar un rato leyendo las letras conjugadas diciendole cuánto la deseo aquí a mi ladito.

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