La estancia

Nunca fui lo supremo, intenté hacerme creer que todo en todo aspecto iba bien.
Andaba por ahí queriendo fingir y vacilar a quien se me diera gana de hacerle sentir mal.
Duré tiempo creyendo que lo común no vivía más en mí, que mi binestar era autónomo y dependía todo de mí, absolutamente todo. Debo admitir que ni yo mismo me tragué ese cuento, soy de la idea que la felicidad de uno se fabrica en pareja, pero la felicidad no con cualquiera se puede fabricar, se debe contar con los insumos necesarios para llegar a un estado de estabilidad y emociones derechas internas, nada parecido a lo que siento, pienso o digo, en esos tres aspectos nunca soy coherente, y hiere a quien menos debería herir.

Indiferencia, inestabilidad. Ninguna crisis emocional, nunca he vivido una de esas, y no creo sea necesario sentirla. Son cosas comunes mías que hoy me hacen ser parte de un parasitismo, extrayendo de quienes tienen sin dejarles nada a cambio.
No tengo hoy por quien entregar mi tiempo, mis ideas y mis letras.

¿Qué puede ofrecer una persona que ni consigo mismo está complacido? Para hallar a alguien debo hallarme yo primero. No sueno maduro, no sueno filósofo, porque sería un error sonar como lo susodicho.
Quiero enmendar cosas hechas y evitar futuros desacuerdos, quiero equivocarte y decir "Por aquí no es", y hoy afortunadamente me equivoqué, pero pude detener el error a tiempo, antes de que fuera lejos y cada vez fuera más grande el compromiso, cada vez fuera más grande mi irresponsabilidad.

Estamos en eterno desacuerdo, somos la estancia de errores no enmendados, somos el pasillo de las mil y un puertas donde no tenemos llave, porque todas están abiertas. En todas vas a errar, a menos que sepas triunfar.
Hoy, 1 de diciembre, cumplo apenas 16 años de vida. He abierto pocas puertas, la mayoría han sido equívocas y otras hoy me mantienen estable. El secreto está en equivocarse

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