El día de nochevieja

Tu silencio, ese irónico e inaudito silencio. Era como una cachetada a mis palabras, tu indiferencia era la absurda idea de que seguías vivo en medio de un mar de muertos alojado en un país donde 50 mil personas han pagado las lagrimas de unos cuantos.
En tu sueño eterno, yo era un error, pero en mi sueño momentaneo eras lo que sabía recordaría aún de anciano. En tu sueño que titulaste Lucía yo no era más que un error del que supiste salir con sabiduría, pero en tus entrañas creías que fui lo suficientemente bueno como para hoy odiarme, pues sin odio hoy ayer no hubo amor, y de eso no hay duda: un día me amaste, cruel y fría amante.
Parecías una anémona alejada, una anémona de esas que pocos conocen e ignoran su existencia, parecías mis noches de delatar a los muertos, porque es a lo que más tenemos miedo, por eso los enterramos y a veces los quemamos, o te quemamos.

En un requinto de mi guitarra desapareciste, en mi mala postura descompusiste lo hecho y lo mandaste al elecho del río, ese río que de lagrimas llené, cuando supe que a quien maté no fue alguien más que tú. No fue una bala ni fue un arma blanca como tu alma, fueron mis crueles palabras que hoy me llenan de remordimiento, pero hoy a ti no te llenan de nada, pues llena están de viveza en medio de tu panteón que ya ni riegan, eres maleza.
¿Con qué cara me miro? Ya no sé si soy, fui o seré tu asesino. Pero qué sería si no hubieras muerto, si no te hubieras adelantado a nuestro mayor miedo, tal vez serías sólo una carga de nostalgía, bien decía mi hermano "No lleves en tu maleta lo que no vas a usar, más largo es el camino para el que carga de más" hubieras sido una carga, un recuerdo, lo obsoleto en medio de todos los amores nuevos, el refugio de los que mandabamos cartas y poníamos flores en tu mesa a nombre de un admirador secreto, que nunca fue secreto todo esto.

A veces recuerdo el servicio fúnebre, lo que más me llamaba la atención era el chofer de la carroza, conducía a los muertos a sus dolidos familiares, cargaba con la razón de la pena y lagrimas, sobre todo de los padres.
No ha de haber dolor más grande que perder a un hijo, porque es perder tu sangre y terminar un ciclo, y los ciclos que cierran siempre duelen, hasta los dañínos ya eran parte de ti, pero ¿perder a un hijo? mueren hijos sangre de proletariado, sangre de dueños de lujosos corporativos en la Colonia Del Valle, mueren hijos de cineastas, hijos de poetas, pero siempre son hijos.
En el mundo, en los diálectos y pensamientos no hay palabra cuyo significado sea para comunicar la víctima de haber perdido un hijo, porque cuando pierdes a tus padres eres huérfano, pero ¿qué eres cuando pierdes un hijo? Desafortunado. Y después de saber esto ¿Cómo iba a mirar a tus padres? Aún recuerdo a ese señor, se acercó a tu madre y le dijo que no se preocupara, que vendrían cosas mejores, ella lo miró a él y le dijo un lujoso y convincente "Chinga tu madre", seguido de "Vendrán cosas mejores para ti, pero a mi hija la perdí, y nada ni nadie me la regresará"

Fui la razón de tu partida, mis palabras se juntaron de tal forma que te hicieron un daño irreversible. Elegiste beber anticongelante, una manera poco ortodoxa de morir. Quizá en el momento de mis palabras hubieras querido arrancarme las cuerdas de mi garganta para no oir mis crueles palabras, me hubieras mantenido medio vivo con tus besos, hubieras evitado oir mi supuesto odio, hubieras creído que seguía siendo tuyo, como un día mutuamente lo fuimos, pero hoy ¿qué somos? una muerta y un vivo, un vivo escondido, porque sin ser criminal, fui causante de tu muerte tan poco trivial.

Mis últimas palabras que te di fueron de supuesto desprecio, todo esto para que te fueras antes de salir aún más lastimada y que me odiaras en vida, tus últimas palabras fueron "No te creo, no puedes ser tan cruel, sé que me amas. Tus ojos no mienten, tampoco esas lagrimas que salen de tus ojos cuando dices ´te odio´ Mírame a los ojos, mírame a estos ojos que te enamoraron y dile que todo lo que hemos creado has desechado", esas palabras. Cuando antes las letras se juntaban y tú escribías en un texto "Te adoro" a lo que yo respondía "Te sueño, y soñar no es cualquier cosa" y hoy tú ahí, yo aquí. Tus cenizas en alta mar, y mis lagrimas llenándolo para que no dejen de flotar. Perdón, Lucía, el despecho falso nunca fue culpa mía, fue culpa de la monotonía, nunca quise tus mensajes de "Buenos días", tampoco los besos después de la escuela, mucho menos que te tomaras una foto cada noche diciendo "Esta princesa ya se va a soñar contigo", nunca pedí que pusiéras en mi Facebook esas tan hermosas canciones, nunca pedí que tu sonrisa fuera lo único que sirviera como balsamo para el peor día. Todo eso no lo pedí, pero hoy lo extraño.
Han pasado ya varios meses, y ni mi barba ni me pelo corto, porque sé que a ti te gustaba que estuviera afeitado, y lo menos que quiero es que me veas desde tu infierno siendo como querías, ahora dejé de hacer tonterías, soy la persona más común y corriente, más aburrida y monótona que hay en esta vida. ¿Estás contenta? Quiero ser todo, menos el hombre que te ama, porque amar a una persona que hoy no existe, me hace pensar si soy, fui o siempre seré tu novio, lo fui en vida, pero en muerte somos tan distantes como tus heridas de la garganta como las mías del corazón, somos la pareja de las historias que se contarán en la calle, somos gente pasando y tú ya pasaste, yo dejé de ser yo, porque tú me amabas a mí, y lo que menos quiero es recordarte, por eso hoy te escribo, Lucía, para que sepas que hoy no eres ya nada mía.

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