Mientras las hojas caían y en las piedras flores crecían, no estabas Sofía


Se cuantifican 40 monarquías actuales en el mundo. Tienen vigencia desde el comienzo donde el hombre supo que el poder era bueno para sí mismo aun dañando la ética de los demás.
Alguna vez en Suecia conocí una princesa, una de esas altas, rubias y bellezas. Parecía nada faltarle, parecía que sólo se acostumbraba a ser venerada,  a ser amada por el hombre quienes con sus encantos suspiraban más de una vez todos los días.
En Malta conocí a otra, ella era culta y venerada por los catedráticos mundiales, sabía más palabras y tenía su propio idioma para escribir sus poesías, sentada en una silla, alguna especial ubicada en alguno de sus lujosos castillos. Casas repletas de libros y un corazón vacío.
Eran múltiples las experiencias vividas con princesas a lo largo de la tierra. Son 40 las bellas, besé sólo a 30. Era imperdible el culto que les rendían los hombres, no dudo que sean la musa de muchos poemas y canciones.

Viajaba solo. Sólo con un lápiz y un cuaderno, era lo más moderno, pero yo sólo anotaba lo interesantes, las platicabas que valía la pena guardar, las lagrimas del penar de su majestad, quería regresar y titular mi diario de princesas “Babilonia” por la tragedia que existe tras cada belleza.
No comía, a veces ni dormía por pasar el tiempo escribiendo cuentos, cuentos con letras acomodadas para darle un sentido a las cosas, cuentos para regresar y hacerlos una fábula para niños, quizá así pueda darles una lección de vida pero con palabras más amables.
Eran párrafos de sus dolores, eran lágrimas de sus aflicciones, pero tenían historias de la realeza por montones. Me limitaba siempre, sabía que debía tener pudor y ser elocuente, no podía preguntar ¿Dónde está tu príncipe? Pues no sabía la historia que hay detrás de ello, y lo que menos quería era ver a una mujer agachar la cabeza.

Cuando una princesa africana me preguntó que para qué redactaba, le conté que para hacer poesía. Ella me dijo que el mundo no merecía gente mala, pero sí poetas malos. Montones de ellos. Así la poesía buena sobresaldría siempre. La verdad no supe si quería que mi poesía sobresaliera entre todas o si se refería a que yo era el poeta malo. Nunca me importó tanto lo que la gente opinara sobre mi trabajo. Tal vez muchas veces cambié el título de un cuento, me quité una camisa que me dijeron “Ese color no te va” pero ¿qué más da? Yo no tengo una perspectiva externa a mí. Siempre necesitaba las críticas de los demás.
Muchos poetas son buenos, quizá y yo soy de los malos pero ¿cuántos a todas las princesas han entrevistado?

Entre tanto viaje, anécdota, travesías traviesas en autobús, burro, camello, elefante, caballo, coche, avión, entre todo eso comprendí que hay princesas que necesitaban un ejercito entero para ser protegidas. Todos querían acercarse a ellas y ellas querían acercarse a alguien.
Cuando regresé a México, hablaba bastantes idiomas, conocía muchas culturas, tradiciones y mujeres. Creo que a pesar de eso “Querétaro” seguía siendo mi palabra favorita.
Olvidaba lo que me habían hecho aquí, olvidaba lo que era sentir algo propio y no sólo relatado por alguien para ser escrito en hojas de marfil con pluma fina de plata. Pasé por lugares donde tenía años de no pasar.
Entonces recordé cuando me enamoré de una princesa. No, no era europea, ni Asiática, ni Africana. Era una bella princesa Azteca, quizá Maya. Era mexicana. Ella era del puerto. Del mismo puerto donde escaparon cerdos políticos de la era de falsa revolución. Sofía, como aquella ciudad de Bulgaria donde entrevisté a una princesa. También estuve en Samara, pero de ella no me enamoré.
¿Por qué no me acerqué a ella? Yo mencionaba que había princesas que necesitaban ejércitos para proteger de que nadie se les acercara. Ella no tenía un ejército cuidándola, sólo tenía el miedo. Eso que es el peor obstáculo en una carrera, pero la fuerza de voluntad es el músculo más fuerte.
No la había desfilar en un carruaje jalado por finos caballos egipcios, no la veía con ropas largas con acabados en plata, tampoco comiendo a una hora exacta ni tomando el té. No la veía, vaya.
Sentía que si me acercaba, al tocar su tierno hombro, mi dedo se quemaría, ella pediría perdón, pero la verdad no lo sentiría. Pensaba que me le acercaría y me pondría mil excusas para no verme, le regalaría mi libro lleno de relatos de las princesas que sufren, de las princesas de verdad. Le relataba raras costumbres asiáticas y finuras europeas, le conté de los privilegios que tuve en mi estancia en África, le diría de lo que batallé para entender a una princesa de una tribu, que hoy los libros de historia y geografía dicen es inexistente, pero ella sólo preferiría seguir oyendo música tras esos metales electrificados que no me dejaban acercarme, no querían que me acercara.
También quisiera contarle de lo fácil que fue aprender a escribir a máquina, el sonido de las teclas me recordaba siempre viajando a ella, a ella cuando me rechazaba. Debo reconocer que hice el amor con varias princesas europeas, el mejor coito fue con la danesa, pero siempre pensé en mi princesa del miedo.

Llegó un momento en Francia donde quise odiarla por no contestar mis llamadas, luego culpé al cambio de horario y seguí amándola. También me reclamaba el por qué aun estando lejos de ella, aun sin saber de ella, aun queriendo no quererla yo la extrañaba.
Un famoso bazar de medio oriente me recordó a ella. Las mujeres cubiertas totalmente, el pudor era su mejor compañero, pero por dentro sé que morían por ser enamoradas y por hacerlas sentir mujeres. Me acordé de ti. En mis notas aparecía tu nombre al lado de cada fecha. Me acordé de ti. Lo único que extrañaba de mi celular, de internet y esos medios que yo me había prohibido totalmente para lograr un mejor trabajo, lo único que extrañaba eran tus platicas melómanas rudas con toque rústico de tu puerto.

De México conocía tantos lugares, costumbres y regiones. Estudié mucho tiempo en varias escuelas, conocí a tanta gente tan capaz de endulzar al leer un libro, conocí tantas bibliotecas y tantos secretos. Personalidades importantes seguían mi trabajo. Hubo muchos lugares en los que, por mis ropas, barba y pelo largo, no me dejaban entrar. Pareciera que no me conocían. Conocido por medio mundo con “El hombro donde las princesas lloran” y esos guardias no me dejaban entrar a un lugar a cenar.

Orizaba, el puerto que nunca conocí. La catedral roja con columnas amarillas que en tanto tiempo no vi. Me decidí, a Veracruz fui.
Recordé a medio camino una conversación entre ella y yo. Ella tenía quizá 16, a 2 o 3 meses de cumplir 17, yo tenía 15 tal vez, era la edad en que planeaba esta vida. Recuerdo que era un día anterior a ir a la preparatoria. Esa preparatoria que me dio los mejores años de mi vida. Recordé una parte de la conversación donde le decía que cuando fuera adulto, fingiría mi muerte junto a mi esposa, y sólo visitaría a mis hijos de cuando en vez. Ella dijo que cómo lo haría. Le dije que en 30 años algo se me ocurriría. Le dije que tengo mucha imaginación y se me ocurren cosas para escribir muy rápido. Ella dijo que no era lo mismo, no era lo mismo escribir y actuar. Ahí fue donde ella dijo “Escribe de las princesas” y mírame ahora.

Cuando entré al estado de Veracruz sólo guardé todo el dinero que traía. Traía muchos pesos, miles quizá, también muchos dólares y euros. En casa tenía más dinero debajo de colchones, nunca confié en los bancos. No bastó pensarlo mucho, incendié mi camioneta y la arrojé al vacío con algunas ID y pertenencias, esperaba que con eso creyeran que había muerto. Que me había hecho cenizas y ahora una parte de mí estaba junto a cada castillo que alguna vez visité.
La noticia no tardó en correr por la ciudad, todo el país, todo el mundo.
Reyes y princesas mandaban condolencias a México “El hombro de las princesas ahora descansaba. Murió solo, como vivió su vida. Solo” No había a quien darle el pésame, no había ninguna corona que dijera que iba dirigida a mi familia, pues de eso yo carecía.
Creo tú también supiste de mi muerte, no creo que te haya importado tanto. Yo, por lo pronto, rodeé Veracruz, llegué a Tabasco  y comencé desde cero (decir desde cero no es del todo cierto, pues si algo me sobraba era dinero) Dejé crecer mi pelo y mi barba, me refugiaba escribiendo historias sobre ti y sobre las cosas que veía en esas tierras. Era jardinero en una escuela primaria, me emocionaba ver cómo los niños aprendían, había una maestra, era la directora. No parecía Tabasqueña, supongo era extranjera. 70 años quizá. Siempre me miraba, no había día que no me ofreciera un vaso de agua o comida, siempre fue una gran persona conmigo. Un día rebajé mi barba, el calor era insoportable. Entonces ella se me acercó y me dijo “Buenas tardes, señor” y le dije “Buenas” entre labios, ella se rio mientras yo bebía limonada. Me dijo “¿Nunca le ha interesado escribir sobre princesas?” La miré, nos miramos. Y le dije “Sí, pero llegando a Veracruz olvidé cómo escribir” Ella tiró una carcajada y me dijo “Todo está bien” y se fue. Ese día terminé mi trabajo y no volví nunca más. Era temor a que se descubriera la verdad. Para ese entonces, me di cuenta que me convertía en lo que mi princesa. Príncipe del miedo. No dejaba que nadie interactuara conmigo, cualquier persona con quien platicaba, no la debía volver a ver, me iba. Era por eso que tenía tanta experiencia en trabajos. Quizá he huida ya de más de 100 lugares.

Después de ese ultimo empleo, me vi las manos callosas, los brazos fuertes y un abdomen plano.
Supe que era momento de ir a Orizaba, ir a buscarte.
Le pregunté a tanta gente sobre ti. “Sofía, de voz muy aguda” algunos me decía que no, otros que sí, pero la dirección que me daban siempre era incorrecta. Pero hubo un  día en que al preguntar a alguien “¿Conoce a una mujer que se llama Sofía? Tiene voz aguda, no es muy alta” me dijo “’¿Quién la busca?” y le dije “Eduardo” ´Eduardo´ tenía tanto tiempo de no mencionar ese nombre. Aquella mujer me llevó hasta un lugar concurrido, dijo que era donde menos nos encontrarían. Al comenzar a platicar, lo primero que dijo fue “Te creía muerto” Ahí fue donde sonreí y la quise besar. Pero para mí ella sólo tenía insultos y golpes, entre “¿POR QUÉ NUNCA LLAMASTE?” y cachetadas no se oían mis palabras de perdón.
Al querer salir corriendo, me detuvo y me besó. No, yo tampoco entendí. Tomó mis manos y las colocó alrededor de su cintura. Dijo “Besé a un muerto” y yo dije “Besé a una princesa” ella se mordió los labios y continuó su lengua ejercitándose en el gimnasio de mi boca. Conocía tantos idiomas, pero sin duda mi lengua favorita era la suya.

Pasó la tardé, llegó la noche. Fue el día donde más besos me había dando. Cuando me di cuenta, un tirante de su blusa ya estaba abajo, luego el otro, la última vez que vi esa blusa fue en el suelo. La noche terminó con nosotros dos haciéndolo. Fue lo mejor que he sentido en mi vida, fueron momentos que no cambiaría por nada. Fue todo lo que un día soñé.
Al llegar la mañana, desperté, ella ya me veía metida en esas sábanas blancas, abrí los ojos y ella comenzó a besar mi cuello. Entonces la abracé por la cintura y le susurré “Hagamos el amor” ella me miró y dijo “Hacer el amor entre tú y yo es sólo un decir, pues nuestro amor esta hecho desde hace décadas” entonces fue donde la vi y volvimos a hacer el amor. Cuando nos dimos cuenta, ya eran casi las 7 de la tarde. Ella dijo que me pusiera algo de ropa y la acompañara. Caminamos mucho, tomados de la mano no parecía tan larga la distancia.
Subimos una colina y vimos despedir el astro sol, prometía volver mañana para darnos de nuevo un gran día.

Pasó la noche en que oíamos a la gente de la kermes, ella me preguntó que qué se sentía estar muerto, yo le respondí que era estar más vivo que nunca y era la época en que más afecto había sentido en toda mi vida. Cuando morí, mis libros se vendían más y hasta se habían escrito canciones sobre mí. Ella dijo que desearía ser importante para el mundo como yo lo era, le dije “Haz lo que más desees hacer y haz que sobresalga” Fue ahí donde comenzó a pintar, tu arte era tan espléndido que se vendían como pan caliente sus cuadros.

Pasaron 4 años, ella 62 años y yo 63. Mientras veíamos un café y tomábamos un diario donde se escribía sobre mi aniversario luctuoso, ella dijo “Mátame”  le dije “¿Estás segura?” y asintió con la cabeza. Dejamos muchas pertenencias de ella en su casa, tomamos algunos recuerdos y dinero, también ropa. Quemamos el lugar, dejamos las cenizas regadas por todos lados, dijimos que asimilaría su cuerpo. Dicho y hecho, su casa se caía por dentro, por fuera era fuerte, igual que ella en la adolescencia. Huimos, yo estaba acostumbrado, ella se notaba insegura. Elegimos Seattle para vivir. Averden, donde nació y creció él. En las noticias “Sofía murió anoche en su casa. Aparentemente un corto circuito incendió el lugar y de ella sólo quedaron cenizas. Por la lejanía de la ciudad, no pudieron llegar a su rescate y lamentablemente hoy damos esta noticia”
Todo había salido de acuerdo al plan. Éramos ella y yo en un pueblo donde sólo había casas de retiro y ancianos. No nos sentíamos viejos, ella tenía un gato y yo un perro. Yo salí a correr todas las mañanas, ella prefería hacer ejercicio en casa.
Pasó el tiempo y aun estábamos juntos. Vimos morir a mucha gente, bueno, sólo nos enterábamos, pues para ellos ya estábamos muertos.

No pasó mucho tiempo para que nosotros muriéramos. Recuerdo su muerte, fue una fuerte pulmonía, nunca quiso ir al médico. ¿Con qué identidad iríamos? Fue ahí donde me arrepentí de mi estrategia. Murió en la sala de la casa mientras leía su libro favorito “ El hombro de las princesas” de Eduardo Torres, 2042, editorial Ibáñez.  Murió la princesa leyendo el libro de las princesas. La enterré en el patio, junto a su gato. Él murió por falta de cuidados.
No pasó tanto tiempo para mi suicidio. Un balazo, entre ojo y ojo.  No temía morir, pues llevaba ya tanto tiempo muerto. Pero viviendo con ella.

Mi cuerpo fue encontrado después de 2 meses. Los olores fétidos que salían de esa casa llenaron la calle, decidieron llamar a las autoridades y encontraron mi cuerpo. Al hacer las pruebas correspondientes se hicieron, se dieron cuenta que la persona que se encontraba ahí era Eduardo, la noticia corrió por todo el mundo. Más libros se escribieron y más canciones sonaron. Varios teatros y calles llevan mi nombre. Hay un auditorio que fue construido en mi casa en Nuevo León. “Auditorio Sofía” lleno de libros y una galería de arte.

De las princesas les escribí, de mi amor les conté. Acá no me dejan escribir sobre la muerte, pero les aseguro que es algo que les encantará, sólo necesitan vivirlo. Vivir la muerte. No dura ni un segundo, no mueres. No existe el tiempo para morir. No existe ningún tiempo, ni existen colores, sólo es amor y correspondencia que nunca llegó. 

PD: Nunca pregunten quién fui y menos quién es Sofía. 

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